Ricardo Arjona ofreció la noche del viernes el primero de siete recitales porteños en un colmado Movistar Arena donde dio inicio al tramo latinoamericano del “Blanco y Negro Tour” con una puesta de alto impacto donde el repertorio de ese álbum doble quedó apenas esbozado en medio de otros hits románticos que la multitud, mayoritariamente femenina, recibió como un maná.
A cinco años de sus anteriores presentaciones, entonces con otro espectáculo de carácter conceptual a partir de “Circo Soledad”, el trovador guatemalteco utilizó el clima de los discos “Blanco” y “Negro” (que registró en los estudios Abbey Road) para dar marco a un repertorio que, de todos modos, tuvo como motor los éxitos que marcaron el trazado de su trayectoria de más de 35 años.
Secundado por una imponente banda internacional con siete instrumentistas y dos coristas que se dispusieron sobre el escenario y también sobre dos torres flanqueando el tablado, el artista, de 58 años, cantó por delante de un telón virtual por el que se sucedieron vívidas y notables imágenes entre el paisaje urbano, el condominio blanco y negro, la postal nocturna o el aguacero, según el momento y la ocasión.
Semejante y cuidada producción parecieron ser una nueva respuesta de Arjona a la crítica a su repertorio y a quienes gustan de él, aunque en muchos pasajes de la velada resultó más notable el envoltorio que el contenido.
Estigmatizado por el carácter vulgar del texto de sus baladas, la condena al carácter de su obra ha perdido peso y sustento en tiempos donde proliferan canciones descartables plagadas de lugares comunes y ninguna poesía, aunque en este caso amparadas en la romantización de un supuesto arte brotado desde la honestidad y las márgenes.
Mientras tanto, Arjona continuó con el credo amoroso que le depara una masividad arrasadora y una imponente legión de fanáticas en buena parte del globo, tal como lo demuestran la treintena de presentaciones que viene de ofrecer en Europa y los 35 shows brindados en Estados Unidos.
Y, encima, disfruta permitiéndose ser incorrecto y provocador en un contexto donde prima la corrección política que de tan solemne y a contrapelo de la realidad pura y dura, se dibuja como una mueca aburrida y cruel al mismo tiempo.