Los lectores fieles de PERFIL ya conocen el concepto de endorsement en periodismo que citamos en cada proceso electoral y es habitual en los diarios anglosajones donde el medio recomienda por quién votar.
Antes de las elecciones de primera vuelta, cuando todavía eran cinco los candidatos, el 7 de octubre esta columna se tituló “Endorsement a la democracia”, donde expuse por qué yo creía que no era conveniente votar a La Libertad Avanza, a la que le asignaba rasgos indudablemente antidemocráticos al asumir posiciones negacionistas de la represión ilegal durante la última dictadura y al mismo tiempo criticar el voto universal, secreto y obligatorio a través de sus dos iniciadores, Yrigoyen en 1916 y Alfonsín en 1983.
Durante toda su campaña la confrontación de LLA no fue contra el populismo (que lo practica), sino contra la democracia como sistema, metonimizada en la palabra casta, horrible metáfora cuando precisamente la democracia es aquello que viene a posibilitar la movilidad de clases y no la cristalización en castas. Pero el uso de cargar de significado opuesto a un término ya fue explicado en 1836 por Schopenhauer en su libro Dialéctica erística o el arte de tener razón, expuesta en treinta y ocho estratagemas: se llama “retorsio argumenti” y es la estratagema número 26.
Que con tan poco Javier Milei haya hecho tanto, además del alto desarrollo de una parte de su inteligencia, no habla mal de él, sino de lo mal que estamos. Creo que Milei es una persona honrada y bien intencionada, que no miente, que desea que la razón esté de su lado al argumentar, o sea: no es cínico como muchos políticos, pero que no se ha preocupado por cultivar otros saberes más allá de un campo específico y limitado de la economía y tiene una emocionalidad inadecuada para el cargo al que aspira.
No podría decir lo mismo de su candidata a vicepresidenta, que me resulta aún mucho más peligrosa casualmente por carecer tanto de las virtudes como de los defectos de Milei. Ella sí es una mujer fuerte y estable.
De la presunta fortaleza de Milei –“el león”–, Freud diría que se trata de una formación reactiva, un mecanismo de defensa para contrarrestar los impulsos negativos (el miedo) a través de la exageración de lo opuesto.
Y sobre la función fálica de la motosierra se podría escribir un divertido ensayo si no fuera que porque lo que está en juego es la vida de tantas personas.
Milei es un histriónico que se retroalimenta del aplauso y la atención de los demás; el rating lo hizo. Villarruel, por el contrario, es impávida frente al rechazo y con una agenda de reivindicación en lugar de reparación podría tener más posibilidades que su compañero de fórmula de gobernar por un período de tiempo más prolongado sobre lo que en la columna de ayer ya me explayé (bit.ly/ella-plan-de-macri) y ser aún más destructiva.
A diferencia del endorsement previo a la primera vuelta ahora en un balotaje donde hay solo dos candidatos, siguiendo aquella premisa de qué es lo que significa votar a favor de la democracia, puede haber diferentes formas de no votar a Milei, pero solo una de votar a favor de la democracia: que es hacerlo por Sergio Massa.
Los lectores de muchos años de PERFIL saben que nunca voté por un candidato peronista: lo hice por Alfonsín (1983), por Angeloz (1989), por Bordón (1995), por De la Rúa (1999), por Carrió (2003), por Lavagna (2007), por Binner (2011), por Stolbizer (2015), y nuevamente por Lavagna (2019). Vengo de una familia antiperonista y radical, y las preferencias políticas y socioculturales construyen desde la infancia el sesgo que arma el marco de la ventana desde donde miramos el mundo. No sé si fueron tantos años de, quiero creer, fructífera lectura tratando de ampliar el marco de esa ventana y fueron necesarios 40 años de democracia para que finalmente vote al candidato peronista, pero puedo comprender a mis muchos amigos y colegas a quienes respeto, frente a no poder votar por un peronista y que lo hagan por Milei.
Puedo entender a los más viejos que yo que alcanzaron a vivenciar directa o indirectamente los efectos negativos y violentos, aunque fueran simbólicamente, del peronismo de los años 50 y nunca puedan votar a un candidato que represente al peronismo. Puedo entender a los más jóvenes que yo que no vivenciaron lo que significó el esfuerzo de la recuperación democrática en los 80 y entonces no le produzca asco moral la violencia implícita de Milei o la explícita de Villarruel y piensen que, total, como no se puede estar peor, pruebo algo distinto.
A los más viejos les pido que reflexionen sobre qué es hoy el peronismo. Si sus dos dirigentes con mayor proyección a conducir el peronismo vienen uno de la Ucedé, como Massa, y otro del marxismo, como Kicillof: ¿no es el peronismo una entelequia y aquellos que lo detestan están como Quijote peleando con fantasmas en su caso con forma de molinos de viento?
Y si el problema es el kirchnerismo y no ya el peronismo, tienen todo el derecho del mundo de no querer comerse otro Caballo de Troya pensando que Massa pasará a retiro a los K como en 2019 pensaron que lo haría Alberto Fernández y los defraudó. Pero les pido que piensen que existe la biología, que es inexorable, que es transideológica, que Néstor Kirchner ya no está, que Cristina Kirchner es ya una señora septuagenaria y que los chicos de La Cámpora ya son casi viejos y no llegaron a más que intendentes mientras el kirchnerismo pierde las elecciones en Santa Cruz.
A los más jóvenes les pido que reflexionen sobre el concepto que hay detrás de la palabra “peor” expresado cotidianamente en la repetida frase “peor no se puede estar”. Peor es “más malo”. Al ser un adverbio es una cualidad comparativa, intrínsecamente siempre puede haber un peor como un mejor. Aun en lo malo siempre hay un todavía peor. Si frente a la adversidad tomamos decisiones equivocadas, podemos empeorar las consecuencias en lugar de mejorarlas, de la misma forma que si frente a la adversidad, tomamos las decisiones correctas, por lo menos podremos reducir los daños.
Lo mismo vale para la posibilidad de estar peor con una presidencia de Sergio Massa que con la de Alberto Fernández, y ese es el análisis correcto a realizar: cuáles son las condiciones de posibilidad para ambas alternativas y, por carácter transitivo, cuáles son las condiciones de posibilidad de estar peor con una presidencia de Sergio Masa que con una presidencia de Milei. ¿Mejor o peor, esa es la cuestión? Y no que no hay peor que con Alberto Fernández, salvo que se crea que Sergio Massa es exactamente igual que Alberto Fernández y aun así, si fuera idéntico, un clon, como las condiciones de posibilidad cambian en el tiempo, también podría ser peor o mejor en el futuro.
Y a ambos, a los más viejos y a los más jóvenes, a los cansados de experiencias negativas y a los faltos de experiencia positivas, no piensen que en la Argentina está todo, o la mayoría, mal.